Las mañanas diferentes en Sydney
Con un gris traje ingles importado, unos lentes cuadrados y un peinar engominado de lado izquierdo, digamos perfecto, brillante y acomodado, todas los días, digamos todas las mañanas me saludaba aquel hombre.
Muy bien recuerdo el primer día que me tope con él, como olvidarme de su cara, de su aspecto fotográfico blanco y negro como parado en simetría al entorno y con una mágica luz dotada enfocándolo.
Salir más temprano de lo normal me permitía caminar y empezar el día sin apuros, en el tiempo que me fue posible mantener esto, siempre en el mismo lugar había en mi camino un elegante señor digamos perdido en las década de los 50.
Mis pasos lentos, mi ojos abiertos disfrutando del paisaje nuevo al estar en un país extranjero, y un gesto de un personaje secundario en mi camino que me saludaba con un movimiento de cabeza y con su rostro lleno de sonrisa.
Pasaron semanas o meses diría yo, en realidad saben el tiempo en Sydney Australia no existe, es indirectamente proporcional el sentir y el surgir por estos lados.
El camino se convirtió en mi propio camino, claro esta, manejaba los diferentes detalles que te hacen pasar por una parte todos los días, desde el atajo sincronizado hasta el juego de adivinación colectivo. Metido en un deja vu recurrente mis días y mis pasos siguieron, pero tengo que confesar que aquel elegante señor me cambiaba el día.
Al principio mis ojos se escondieron entre pestañas vergonzosas, sin siquiera responderle el saludo, explicare que no es que sea un mal educado, simplemente era lo que él reflejaba, lo que me dejaba congelado en acción, me sentía dentro de un momento extraordinario en donde no podía actuar y la escena me superaba.
El tiempo, la dicha y la maravillosa confianza del ser, la cual se puede encontrar en películas como "Es momento de abrir los ojos" fue la que cambio progresivamente esta aptitud y si al principio me sentí incomodo y esquivo, llego el momento en que yo deseaba de forma celestial el instante donde yo también le sonriera y con un movimiento de cabeza le saludara.
Finalmente llegamos a ser perfectos en acción cada mañana, como perfectas trompetas o tambores en una banda escolar nosotros cada mañana con un simple gesto le dábamos música al comienzo de nuestros días. Tengo que decirlo, éramos cómplices de un saludo que nos cambiaba mutuamente, como si fuéramos baterías descargadas necesitadas de carga, nuestros seres se retroalimentaban, fusionándose en un simple gesto.
Fue este simple acto del maestro del detalle, del anciano perdido en la década de lo 50, lo que me hizo darme cuenta lo dormido que aun estaba por las mañanas, aunque creyera que estaba despierto.
Como un fiel discípulo recuerdo el ultimo día que nos saludamos, se que mi rostro reflejaba ese día el adiós y la tristeza, los dos sabíamos que nunca mas nos veríamos las caras, y él con su ultimo gesto me entrego su ultimo saludo, el cual tendría que esparcir por tierras y corazones que aun no despiertan.
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